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Reflexión final: Adaptarse o morir

  • Foto del escritor: Rubén Ramos
    Rubén Ramos
  • 29 dic 2024
  • 3 Min. de lectura

El periodismo y la comunicación viven en un constante intento de superación de desafíos y retos que se plantean y se cruzan a medida que la sociedad se va digitalizando cada vez más y, sobre todo, más rápido. Nosotros, los periodistas del presente y del futuro, tenemos que vernos obligados a convivir con estos desafíos si queremos poder vivir de la comunicación. 


Creo que todo el centro de atención de estos desafíos recae en las redes sociales y el auge de la desinformación y la infoxicación. Entre ellas destaca X (anteriormente conocida como Twitter), y es que ya son varios los perfiles de diferentes medios de comunicación que han cerrado en esta red social debido al aumento de la desconfianza hacia la plataforma. La Vanguardia, por ejemplo, anunció el pasado 14 de noviembre que “deja de publicar de forma directa en la red social X, convertida en una red de desinformación desde la llegada de Musk”. 


La llegada del magnate a la red social ha marcado un antes y un después en la politización de los mensajes transmitidos, pues X se ha convertido en un “vertedero” de mensajes racistas, homófobos, xenófobos y machistas. Mensajes que, junto a la difusión de bulos o desinformación, generan un espacio de controversia y rechazo constante. Como afirma Jaume Suau, doctor en Comunicación y director del grupo de investigación Digilab del Institut Blanquerna de la Universitat Ramón Llull, para CTXT: “La mayoría de la desinformación es de derechas o de extrema derecha”. 


Otro problema relacionado con las redes sociales es la necesidad constante de ser los primeros, de lanzar la exclusiva, de tener más likes, reposts, comentarios… El ser tendencia genera una ansiedad informativa que, por ende, conlleva una más fácil difusión de bulos y contenido, en muchos casos, no del todo cierto o incompleto. Todo esto, al final, desemboca en la crisis de credibilidad que vive actualmente el periodismo español. Tal como afirma el último estudio de Digital News Report, solo el 33% de la población española confía en las noticias. Este fenómeno, amplificado por las redes y los algoritmos que priorizan el contenido sensacionalista, pone en riesgo la capacidad del periodismo de ser un vehículo de verdad y objetividad. La línea entre la información y el entretenimiento se ha difuminado, generando un entorno donde los hechos pueden ser reemplazados por opiniones. 


Esto también trae consigo la aparición de pseudo-periodistas: perfiles que se consideran con la potestad suficiente para poder ejercer la profesión sin siquiera conocer las bases fundamentales. Aquí entra en juego otro de los retos: el intrusismo laboral al que nos enfrentamos día sí y día también los periodistas. Ante esto solo puedo mostrarme tajante. Si alguien que no estudia Derecho no puede ser abogado, alguien que no haya estudiado Periodismo o Comunicación no debería poder ejercer de periodista. Y menos en el centro de la desinformación: las redes sociales. Que haya buenos comunicadores o periodistas sin carrera no justifica que deba seguir siendo así. El periodismo es de las profesiones más precarias y, a su vez, más necesarias para la sociedad. No todo vale. No todos valen.


A fin de cuentas, el mayor desafío del periodismo está en combatir con las redes sociales. O, por contra, aprender a adaptarse y anteponerse a lo que ofrecen. Aunque los desafíos son inmensos, también ofrecen una oportunidad para repensar su rol en la sociedad, adaptarse a las nuevas demandas tecnológicas y sociales, y reafirmar el compromiso con la ética y el bien común. La supervivencia del periodismo dependerá de la capacidad para innovar y recuperar la confianza de las audiencias, demostrando que, en un mundo de dudas, sigue siendo una herramienta fundamental para la democracia y la justicia social.

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