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¿Hacia dónde vamos...? Una reflexión.

  • Foto del escritor: Hugo Vázquez
    Hugo Vázquez
  • 27 dic 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 29 dic 2024


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Sin duda alguna, el siglo XXI nos ha regalado los mayores avances de la historia en cuanto a comunicación. Ya en el siglo XX se habían marcado hitos tecnológicos con la creación y rápida evolución de la televisión y la radio; o mismo en el siglo XIX con el trabajo de Cyrus W. Field, que llevó a cabo el tendido del primer cable telegráfico a través del océano Atlántico, uniendo dos tierras de un mismo mundo casi incomunicadas entre sí.

 

Pero el siglo XXI, en apenas sus 25 años, le ha hecho sombra al resto de la historia con el desarrollo de la era digital y todas las facilidades que esta nos ha aportado. No obstante, su rápido crecimiento ha provocado cambios muy repentinos en nuestra forma de vivir que como seres humanos aún no hemos podido digerir ni enfrentar y que, sin embargo, no paran de evolucionar.

 

El primero de los desafíos que pongo sobre la mesa es el exceso de información. Estamos más conectados que nunca y el acceso a la información es muy asequible, ¿pero quiere decir esto que estemos mejor informados? Lo que estamos es más desconectados de lo esencial. Entra aquí en juego la escasa capacidad del público general a la hora de saber filtrar y de detectar noticias falsas. Siento que solo aquellos que entramos en grados (o estudios superiores) que toquen la rama de la comunicación estamos al tanto de la problemática y se nos entrena para combatirla. La búsqueda de clics por parte de los medios termina matando en nosotros la capacidad de discernir, convirtiéndonos en fantasmas, pues nos hemos ahogado en ese mar de sobreinformación.

 

De mano de ser un fantasma en lo digital, se mueren nuestras capacidades de comunicarnos en la vida real. Parece que ahora el reto es formar parte del mundo en el que ya nacimos, ser humanos. Que la ficción no supere a la realidad: esto no es Matrix. Parte del problema es nuestra adicción a la vida virtual, que nos hace estar solos en la real. Nuestras decisiones y la huella digital que hemos dejado han rebajado nuestra privacidad a la nada. Y después de una larga cadena de comercio con nuestros datos, lo que obtenemos es que los algoritmos decidan quienes queremos ser. Adiós personalidad, adiós atención, adiós diálogo.

 

Ya hemos visto que no todo lo que reluce es oro. Pero no tenemos por qué alarmarnos, algo de oro sí que hay. Podemos darle la vuelta a toda esta situación, y usarla a nuestro favor. La clave es no entrar en contacto con el mundo virtual de una manera pasiva y ser conscientes de con qué estamos interactuando, tanto en aquellos aspectos más personales como de consumo de información. Hay que humanizar esta tecnología.

 

Si bien lo ideal sería que las grandes corporaciones fuesen más responsables con el tratamiento de la información, a estas no les interesa. Por la contra, nosotros desde abajo podemos hacer mucho más con un aliado especial, y cuya falta es la que nos hace caer fácilmente: la educación. Otras generaciones no pudieron impedir estos problemas porque no les suponía una dificultad, ahora que nosotros las estamos viviendo, tenemos que hacer que los que vienen no caigan en las mismas trampas.

 

Sin embargo, un dilema que la educación vagamente puede curar es el uso de la inteligencia artificial. No fue nombrada antes, a pesar de su preocupante poder, ya que esta se encuentra en un limbo legal debido a que se desconocen sus límites. En el día de hoy, finales de 2024, sabemos que puede generar vídeos que hacen temblar a realizadores de cine; que pueden reproducir cualquier voz; y que, si entrenan un poco más, terminarán expresándose como nosotros y cualquier noticia falsa nos sonará a cierta. Supongo que a partir de aquí tendremos que causar algún desastre impactante con la IA para que se lleven adelante leyes y restricciones que la pongan a raya. Desde aquí solo queda rezar para que no sea usada para el mal, porque que va a seguir creciendo a gran velocidad ya lo sabemos.

 

Si esta era nos ha dado herramientas nuevas, aprendamos a usarlas sin toxicidad. Al igual que cualquier invención de la historia, cojamos la tecnología de la información y humanicémosla, usémosla para la eficiencia y seguir evolucionando, no al revés.

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