Reflexión final
- Lucía Álvarez
- 17 dic 2024
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 29 dic 2024
En un escenario como el actual, marcado por el ritmo frenético e incesante de la publicación de contenidos informativos, es fundamental hacer una pausa para reflexionar sobre el rumbo que estamos tomando y, sobre todo, cómo queremos contribuir al periodismo. Desde la perspectiva de una recién graduada, no puedo evitar analizarlo desde dos ángulos: el vértigo y la curiosidad.
El primer desafío clave al que nos enfrentamos radica en las condiciones laborales del sector de la comunicación, donde la ausencia de un modelo de financiación sostenible se suma a una larga cadena de precariedad que arrastramos desde hace décadas.
Los nuevos periodistas incursionamos en un mercado laboral que ha dado un giro de 360 grados. Durante gran parte de la historia, el periodismo era considerado un oficio más. Fue en 1941 cuando se instituyó la titulación con la creación de la Escuela Oficial de Periodismo, con sede en Madrid. En sólo ochenta años, hemos pasado de entender esta profesión como un oficio a exigir que cualquier graduado domine habilidades en diseño, programación, fotografía y otras áreas tecnológicas. Además, se espera que los periodistas posean una base de conocimientos sólidos que respalde el uso de estas herramientas y comprendan los intereses de la audiencia. Con esta interminable lista de exigencias, surge la pregunta: ¿qué nos ofrece el mercado laboral? Contratos temporales, salarios bajos y una competencia feroz que susurra al oído: "Si tú no aceptas esta oferta de empleo, otro lo hará".
Los testimonios de los trabajadores no mienten. La Asociación de la Prensa de Madrid publicó en su Informe Anual de la Profesión Periodística 2023 que hasta un 34% de los periodistas contratados considera que sus actuales condiciones de trabajo pueden calificarse como precarias. Los encuestados opinan que esta situación podría solucionarse con un aumento salarial y la compensación de la pérdida de poder adquisitivo acumulada en los últimos años. Asimismo, un 73% cree que la precariedad afecta directamente a la calidad del medio en el que trabaja.
Estas circunstancias configuran un panorama desfavorable para el desarrollo profesional de los periodistas, quienes, agotados de trabajar en un sistema que prioriza reemplazarlos en lugar de mejorar sus condiciones, buscan alternativas fuera de su sector. Graduados universitarios que pese a poseer una excelente formación, saben que es difícil encontrar un lugar donde su trabajo sea bien remunerado y, sobre todo, valorado. Tristemente la vocación nunca podrá darnos de comer.
Por otro lado, la percepción que tiene la sociedad sobre la prensa sigue deteriorándose, planteando un reto urgente para los profesionales del sector. Según Reporteros Sin Fronteras, de los cinco indicadores que evalúan la salud de la libertad de información, la polarización y la desconfianza en los medios destacan especialmente este último, un ámbito "normalmente sólido" en España, que ha perdido casi cuatro puntos respecto al año anterior (de 83,13 a 79,56). Esta cifra refleja la incomodidad de una sociedad que no se siente representada ni por sus políticos ni por los medios de comunicación.
En este sentido, se suma otro hándicap: la pérdida de atención por parte de la audiencia. Dentro de un sistema de producción masiva de noticias, donde la saturación está a la orden del día y muchos lectores recurren a la llamada “evasión selectiva de contenidos”, los periodistas se enfrentan al desafío de captar y mantener la mirada del público. La atención, un recurso cada vez más escaso en la era digital, se ha convertido en una moneda de cambio codiciada en el mundo informativo.
La economía de la atención obliga a los periodistas a ser más creativos y estratégicos a la hora de presentar sus historias. Aspectos como la narración visual, el uso de titulares impactantes, el contenido audiovisual breve y la hiperpersonalización se han convertido en técnicas recurrentes para atraer a una audiencia dispersa y saturada. Sin embargo, esta competencia feroz por captar la atención tiene un lado oscuro que no debe pasarse por alto: en muchas ocasiones, se prioriza el impacto inmediato sobre la profundidad y el análisis.
La inmediatez, incentivada por el flujo imparable de las redes sociales y los medios digitales, se ha convertido en una norma que deja poco espacio para la reflexión y el rigor periodístico. Verificar los hechos, contextualizar las noticias y ofrecer una mirada crítica se ven desplazados en favor de la rapidez y el sensacionalismo. El resultado es un periodismo que, aunque más accesible y atractivo en apariencia, corre el riesgo de perder su esencia: ser un instrumento de información veraz y de servicio público.
A este conflicto se añaden los retos asociados a las nuevas tecnologías. Un abanico de opciones que representan un arma de doble filo. Si bien se abre un horizonte de posibilidades para los medios de comunicación, también se introducen nuevos problemas: manipulación y desinformación sin precedentes que se caracteriza por estar muy bien hecha. La línea entre la utilización de estas herramientas como un apoyo y la sustitución del personal preocupa a muchos profesionales, que temen ver aún más reducidas sus oportunidades laborales con la llegada de la inteligencia artificial. Herramientas como chatbots inteligentes o aplicaciones de inteligencia artificial generativa están demostrando que algunas tareas habituales realizadas por periodistas pueden llevarse a cabo con un simple comando. Aunque los resultados aún distan de ser perfectos, apenas estamos comenzando a explorar un terreno lleno de posibilidades.
En esta línea, se observa cómo, a través de inteligencias artificiales como Grok, desarrollada por Elon Musk para X, la producción de contenido racista, homófobo y machista se expande como la pólvora, creando un ecosistema de odio en las redes sociales. Una violencia enmascarada de humor, que lo mismo simpatiza con figuras como Hitler y Franco —mostrados con la camiseta del Celta—, que presenta a Lamine Yamal portando un arma y atacando a una anciana. Estas manifestaciones, de un realismo inquietante, suponen un nuevo riesgo para el periodismo, que debe luchar una vez más contra la desinformación y los bulos, ahora en formato audiovisual. Ya no somos solo quienes gestionamos y difundimos la información; ahora también debemos protegerla, sumando así una nueva tarea a una lista interminable de responsabilidades, a menudo poco reconocidas.
Como periodista de las nuevas generaciones, afronto este camino turbulento con optimismo, creatividad e ilusión. El periodismo, más que nunca, exige innovación, y esta no se limita a la implementación de herramientas tecnológicas. La verdadera innovación reside en la capacidad de reinventar las formas de contar historias, conectarse con las audiencias y recuperar la credibilidad perdida de la ciudadanía. No obstante, no puedo evitar preguntarme si la actitud individual será suficiente. Por más dedicación, compromiso y resiliencia que demostramos quienes estamos empezando, la sostenibilidad del periodismo a largo plazo dependerá también de transformaciones estructurales que no dependen solo de nosotros.
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